sábado, 4 de enero de 2020

Pequeñas revelaciones


Llevaba mucho tiempo sin escribir, principalmente por los grandes cambios que han llegado a mi vida a lo largo de los últimos 18 meses: me mudé a otro país, comencé un nuevo trabajo, estoy aprendiendo dos nuevos idiomas, me estoy integrando a una nueva comunidad católica entre muchas otras cosas. Debería hablar en plural, pues es un proyecto que hemos emprendido mi esposa y yo por designio de Dios. Es una muy larga historia que después contaré.

Hoy quiero hablar de tres pequeñas lecciones con gran contenido teológico que el Señor me ha permitido conocer. Esto sí que me ha motivado a reactivar este blog, porque como me ha pasado en muchas otras ocasiones, por no escribir esas “pequeñas revelaciones”, las he olvidado.

En el camino espiritual, así como en el mundo científico, hay momentos “eureka” que nos permiten comprender mejor (quizás no entender del todo por la complejidad del asunto) algunos de los misterios que Dios nos ha revelado. Cabe aclarar una vez más que yo no soy teólogo y tengo poco tiempo formándome en la fe, por lo que hay temas que se hacen muy complejos para mi comprensión. Hay mucha información en todos lados, pero frecuentemente, bastante difícil de digerir.


¿Sin pecado concebido o concebida?

Uno de esos primeros momentos de lucidez habla de lo muy poco formado que estaba. Ocurrió durante el tiempo de espera metido en un embotellamiento de tráfico. Los católicos solemos usar jaculatorias, una de ellas es: “Ave María purísima, sin pecado concebida”. Yo no estaba seguro si era concebido o concebida, en mi ignorancia me resultaba más lógico asociar la palabra pecado, en masculino, con la palabra concebido, también en masculino. Yo repetía como loro lo primero que me sonaba, y sé que en muchas ocasiones dije la brutalidad: “sin pecado concebido”. Pero llegó ese momento donde me dije: “María fue concebida sin pecado, no es lógico decir que no se le concibió pecado”. Hablando estrictamente, el pecado no se concibe, se comete.


La redención para dummies.

Un tema difícil de entender es el de la redención, sobre el cual me interesé mucho hace unos años y escribí una entrada. Hace poco un predicador usó un ejemplo tan simple pero tan ilustrativo, que me ayudó bastante a aproximarme a este misterio. El decía, la redención es como si una madre tuviera dos hijos, ambos muy buenos y amados. Una persona asesina a su hijo menor y la policía lo captura y un juez lo encuentra culpable y lo condena a muerte. Pero la madre de este hijo va ante el juez y le dice que ella perdona al asesino y ofrece a su otro hijo para que pague la condena a muerte, oferta que el otro hijo acepta cumplir. ¡Que locura! Pero fue justamente lo que hizo Dios por nosotros.

Veámoslo así: Si usted fuera ese asesino ¿qué sentiría ante semejante gesto de esta madre? Estoy completamente seguro que, aunque usted tenga el corazón de piedra, se doblegaría ante el abrazo de perdón y las palabras de consuelo de esa mamá. Ese perdón ha obrado un milagro en el alma de ese condenado, se ha doblegado ante el amor de esa madre y su espíritu se debería sentir al menos compungido por semejante obra de misericordia. Todo esto ocurre en un plano espiritual y de forma conexa, en el plano físico.

Pues la humanidad es ese asesino que ofendió a Dios y Jesús es ese hijo enviado para pagar por nosotros nuestra culpa. Si tan grandes cosas suceden en el espíritu con un ejemplo terrenal, cuánto más hemos recibido con la crucifixión y muerte del mismo Dios encarnado, Jesucristo nuestro Señor.


La Virgen María, Madre e Intercesora.

Para el final he dejado un tema que se hace complejo para muchas personas, sobre todo, para los hermanos protestantes. El papel de intercesión de la Santísima Virgen María.

Antes que nada, los cristianos debemos sabernos parte de una familia, donde tenemos un Padre que es Dios; como hijos de Él somos hermanos en Jesucristo y por tanto debemos tener una madre, pues de lo contrario seríamos huérfanos. Esa madre es María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1ra Timoteo 2,5-6), es nuestro hermano mayor, Santo entre los Santos. Pero también tenemos a María, Reina del cielo y de la tierra, que como mamá de todos no solo conoce muy bien a Jesús, sino a nosotros.

Nosotros ante el cielo somos como hijos pequeños, y tenemos muchas dificultades para alcanzar ciertas gracias. Un sacerdote hace poco usaba un ejemplo muy ilustrativo sobre la intercesión de María. El recordaba que creció en una familia numerosa, por tanto solían ser muy independientes en ciertas cosas. A sus cinco años, cuando deseaba beber agua, debía empujar un taburete hasta la cocina, subirse a él, subirse al mesón, luego abrir la alacena, sacar un vaso, dejarlo en el mesón, cerrar la alacena, bajarse al taburete, mover el taburete hasta la llave de agua, tomar el vaso, subirse de nuevo al taburete, abrir el grifo, llenar el vaso, cerrar la llave, poner el vaso en el mesón, bajarse del taburete, regresar el taburete hasta su sitio y luego regresar a tomarse el agua. Esta operación tardaba algunos minutos y un día pasó lo inevitable: dejó caer el vaso y se quebró. Su madre llegó presurosa y al ver la escena le dijo al niño: “Pero serás tonto hijo mío, ¿acaso no estoy aquí que soy tu madre?” Ella tomó un vaso y en 10 segundos le ha servido el agua.

La fuente de todas las gracias es Dios, pero casi siempre somos muy torpes para obtenerlas. Más torpes somos cuando olvidamos que tenemos una madre que puede alcanzarlas más rápido, fácil y seguro de lo que podríamos hacerlo nosotros mismos.


¡Dios los bendiga!










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