Cuando era niño sentía que tenía el don “contracorriente”, puesto que parecía que yo era un bicho raro que no hacía ni tenía lo que mis amigos si: jugaban todo el día en la calle, tenían consolas de videojuego, televisión por cable, zapatos de marca, jugaban bien al futbol, tenían pocos hermanos, eran hábiles para hacer travesuras y, por lo general, no eran muy buenos estudiantes. Yo en cambio me sentía avergonzado de tener tantos hermanos, de no poder salir a jugar todo el tiempo, de no ser maestro de los videojuegos, de ser el jugador de futbol que nadie quería, de usar zapatos “de imitación”, de no poder ver la “parabólica”, de ser un pendejo para las pilatunas y hasta me hacían sentir incómodo porque era un “cerebrito”. Evidentemente el raro no era yo, crecía en una sociedad donde se exalta al “listo” y se ridiculiza al “tonto”. No crecí en medio de carencias, tampoco en abundancia, pero estoy seguro de que mis padres nos hubiesen podido dar todo aquello que mis amigos tenían, pero sabían que no nos era conveniente o necesario. ¡Gracias papás!
El don “contracorriente” se diluyó con el tiempo cuando obtuve independencia económica y creía tener el mundo a mis pies. Me equivocaba nuevamente, era la mundanidad quien consumía mi inocencia y me hacía presa de esta nueva corriente relativista que arrastra la mayoría de nuestra sociedad. Hoy, después de un largo proceso, siento ir de nuevo contracorriente. Algunos podrán decir que no, que estoy en una corriente diferente, pero ese no es el punto que quiero abordar en esta entrada.
Se atribuye a San Pio X la frase: “Lo que está mal, está mal aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie”. Lamentablemente, mi querido lector, hoy se cumple más que nunca esta frase. Independiente de las creencias de cada individuo, la mayoría coincide en algo: el mundo no va bien. Y no lo digo de manera subjetiva, basta mirar las manifestaciones de insatisfacción en las protestas populares a lo largo y ancho del planeta.
Hay una institución que antropológicamente conoce mejor al hombre que ninguna otra: La Iglesia Católica, quien por cerca de 2.000 años ha estudiado nuestra naturaleza y que, al menos por su antigüedad, el mundo debería volver a escuchar. Ya en la década de los sesentas se le atacó su supuesta postura retrógrada cuando el Papa Pablo VI en su encíclica “Humanae Vitae” rechazaba el uso de métodos anticonceptivos por considerarlos, entre muchas otras cosas, contrarios a la familia y a la mujer. Profetizó que la mujer terminaría siendo víctima de este invento y destruiría la solidez de las familias. ¿Acaso se equivocó la Iglesia? ¿No vemos hoy la manera como se ha cosificado a la mujer? Como se ha trasladado la responsabilidad de criar los hijos exclusivamente a las mujeres; y los hombres, cada vez menos responsables de su sexualidad, se han dedicado a coleccionar experiencias sexuales exacerbados por el monstruo de la pornografía.
Cada vez más se promueven las charlas de educación sexual a niños, se bombardean todos los medios con la ideología de género, se promueve el uso de preservativos entre adolescentes y un largo etcétera de medidas que han logrado justamente el “objetivo contrario” de los organismos que los promueven: disparar el embarazo adolescente y los abortos (vean las estadísticas). He puesto la expresión “objetivo contrario” entre comillas puesto que son justamente farmacéuticas y grandes corporaciones abortistas quienes financian estas campañas. Su objetivo es que compres anticonceptivos desde temprana edad y que abortes: es un vil negocio.
El mundo hoy debería gritar de dolor ante los millones de niños abortados, muchos de ellos producto de la presión que reciben mujeres confundidas ante la indiferencia de sus parejas y el ojo crítico de una sociedad corrompida que ve el embarazo de una joven soltera como el más grande acto de irresponsabilidad con la sociedad. Y los hombres, victimarios, también somos víctimas de una sociedad que nos hipersexualiza desde niños, que nos hace adictos a la pornografía y que nos conduce a cosificar a las mujeres, a huirle al amor y estabilidad de una familia y cuando nos atrevemos a formarla, vivimos el infierno de la disfuncionalidad; porque nuestro cerebro está tan harto de imágenes fantasiosas, que se nos hace imposible ser fieles a una sola mujer o peor aún, a no poder consumar una relación sexual placentera con nuestra esposa.
Abortos, divorcios, homosexualidad, depresión, ansiedad, disfunción sexual, embarazo adolescente, madres solteras, hijos que se crían solos, suicidios, infidelidad y hasta homicidio, no hacen más que parte de una espiral de corrupción que arrastrará inexorablemente al hombre a su propia destrucción. Y nuevamente acá me apoyan las estadísticas, más y más países entran en un invierno demográfico que terminará por afectar las economías y acrecentará aún más las crisis de las que hoy se pronuncia el mundo.
Por eso debemos ser valientes y caminar contracorriente. A ti joven, no cometas los mismos errores que ya hemos cometido muchos. Ya ves los resultados, seguir ese camino probablemente te traerá amargura, dolor y desengaño. Yo te invito a que sigas el camino de quien mejor nos conoce, del que el mundo quiere sacar de todo espacio (y eso ya dice mucho), y es el camino que nos propone Jesús. Hoy te digo que vayas contracorriente: si el mundo quiere tu cuerpo, si el mundo quiere usarte: ¡rebélate! Las personas se aman y las cosas se usan, no al revés. Si alguien de verdad te ama, respetará tu cuerpo y te esperará hasta que sea el momento de unirse en matrimonio. Y si ya estas caminando con la corriente del mundo, es tiempo de parar y preguntarse: ¿cuál es la verdadera rebeldía? ¿hacer lo que todos hacen? La verdadera rebeldía consiste en seguir a Jesús y sus enseñanzas: amar al hermano, amarnos a nosotros mismos, defender la vida desde la concepción, defender la familia, defender la pureza y cultivar los valores cristianos. Él te promete la felicidad, y a diferencia del mundo, Él si cumple. ¡Anímate a ser rebelde y caminar contracorriente!
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