lunes, 12 de octubre de 2020

Contracorriente


    Cuando era niño sentía que tenía el don “contracorriente”, puesto que parecía que yo era un bicho raro que no hacía ni tenía lo que mis amigos si: jugaban todo el día en la calle, tenían consolas de videojuego, televisión por cable, zapatos de marca, jugaban bien al futbol, tenían pocos hermanos, eran hábiles para hacer travesuras y, por lo general, no eran muy buenos estudiantes.  Yo en cambio me sentía avergonzado de tener tantos hermanos, de no poder salir a jugar todo el tiempo, de no ser maestro de los videojuegos, de ser el jugador de futbol que nadie quería, de usar zapatos “de imitación”, de no poder ver la “parabólica”, de ser un pendejo para las pilatunas y hasta me hacían sentir incómodo porque era un “cerebrito”.  Evidentemente el raro no era yo, crecía en una sociedad donde se exalta al “listo” y se ridiculiza al “tonto”.  No crecí en medio de carencias, tampoco en abundancia, pero estoy seguro de que mis padres nos hubiesen podido dar todo aquello que mis amigos tenían, pero sabían que no nos era conveniente o necesario. ¡Gracias papás!

 

El don “contracorriente” se diluyó con el tiempo cuando obtuve independencia económica y creía tener el mundo a mis pies.  Me equivocaba nuevamente, era la mundanidad quien consumía mi inocencia y me hacía presa de esta nueva corriente relativista que arrastra la mayoría de nuestra sociedad.  Hoy, después de un largo proceso, siento ir de nuevo contracorriente.  Algunos podrán decir que no, que estoy en una corriente diferente, pero ese no es el punto que quiero abordar en esta entrada.

 

Se atribuye a San Pio X la frase: “Lo que está mal, está mal aunque lo haga todo el mundo. Lo que está bien, está bien aunque no lo haga nadie”.  Lamentablemente, mi querido lector, hoy se cumple más que nunca esta frase.  Independiente de las creencias de cada individuo, la mayoría coincide en algo: el mundo no va bien.  Y no lo digo de manera subjetiva, basta mirar las manifestaciones de insatisfacción en las protestas populares a lo largo y ancho del planeta. 

 

Hay una institución que antropológicamente conoce mejor al hombre que ninguna otra: La Iglesia Católica, quien por cerca de 2.000 años ha estudiado nuestra naturaleza y que, al menos por su antigüedad, el mundo debería volver a escuchar.  Ya en la década de los sesentas se le atacó su supuesta postura retrógrada cuando el Papa Pablo VI en su encíclica “Humanae Vitae” rechazaba el uso de métodos anticonceptivos por considerarlos, entre muchas otras cosas, contrarios a la familia y a la mujer. Profetizó que la mujer terminaría siendo víctima de este invento y destruiría la solidez de las familias.  ¿Acaso se equivocó la Iglesia? ¿No vemos hoy la manera como se ha cosificado a la mujer? Como se ha trasladado la responsabilidad de criar los hijos exclusivamente a las mujeres; y los hombres, cada vez menos responsables de su sexualidad, se han dedicado a coleccionar experiencias sexuales exacerbados por el monstruo de la pornografía.

 

Cada vez más se promueven las charlas de educación sexual a niños, se bombardean todos los medios con la ideología de género, se promueve el uso de preservativos entre adolescentes y un largo etcétera de medidas que han logrado justamente el “objetivo contrario” de los organismos que los promueven: disparar el embarazo adolescente y los abortos (vean las estadísticas). He puesto la expresión “objetivo contrario” entre comillas puesto que son justamente farmacéuticas y grandes corporaciones abortistas quienes financian estas campañas. Su objetivo es que compres anticonceptivos desde temprana edad y que abortes: es un vil negocio.

 

El mundo hoy debería gritar de dolor ante los millones de niños abortados, muchos de ellos producto de la presión que reciben mujeres confundidas ante la indiferencia de sus parejas y el ojo crítico de una sociedad corrompida que ve el embarazo de una joven soltera como el más grande acto de irresponsabilidad con la sociedad. Y los hombres, victimarios, también somos víctimas de una sociedad que nos hipersexualiza desde niños, que nos hace adictos a la pornografía y que nos conduce a cosificar a las mujeres, a huirle al amor y estabilidad de una familia y cuando nos atrevemos a formarla, vivimos el infierno de la disfuncionalidad; porque nuestro cerebro está tan harto de imágenes fantasiosas, que se nos hace imposible ser fieles a una sola mujer o peor aún, a no poder consumar una relación sexual placentera con nuestra esposa.

 

Abortos, divorcios, homosexualidad, depresión, ansiedad, disfunción sexual, embarazo adolescente, madres solteras, hijos que se crían solos, suicidios, infidelidad y hasta homicidio, no hacen más que parte de una espiral de corrupción que arrastrará inexorablemente al hombre a su propia destrucción. Y nuevamente acá me apoyan las estadísticas, más y más países entran en un invierno demográfico que terminará por afectar las economías y acrecentará aún más las crisis de las que hoy se pronuncia el mundo.

 

Por eso debemos ser valientes y caminar contracorriente.  A ti joven, no cometas los mismos errores que ya hemos cometido muchos.  Ya ves los resultados, seguir ese camino probablemente te traerá amargura, dolor y desengaño.  Yo te invito a que sigas el camino de quien mejor nos conoce, del que el mundo quiere sacar de todo espacio (y eso ya dice mucho), y es el camino que nos propone Jesús.  Hoy te digo que vayas contracorriente: si el mundo quiere tu cuerpo, si el mundo quiere usarte: ¡rebélate!  Las personas se aman y las cosas se usan, no al revés.  Si alguien de verdad te ama, respetará tu cuerpo y te esperará hasta que sea el momento de unirse en matrimonio. Y si ya estas caminando con la corriente del mundo, es tiempo de parar y preguntarse: ¿cuál es la verdadera rebeldía? ¿hacer lo que todos hacen? La verdadera rebeldía consiste en seguir a Jesús y sus enseñanzas: amar al hermano, amarnos a nosotros mismos, defender la vida desde la concepción, defender la familia, defender la pureza y cultivar los valores cristianos.  Él te promete la felicidad, y a diferencia del mundo, Él si cumple. ¡Anímate a ser rebelde y caminar contracorriente!

sábado, 4 de enero de 2020

Pequeñas revelaciones


Llevaba mucho tiempo sin escribir, principalmente por los grandes cambios que han llegado a mi vida a lo largo de los últimos 18 meses: me mudé a otro país, comencé un nuevo trabajo, estoy aprendiendo dos nuevos idiomas, me estoy integrando a una nueva comunidad católica entre muchas otras cosas. Debería hablar en plural, pues es un proyecto que hemos emprendido mi esposa y yo por designio de Dios. Es una muy larga historia que después contaré.

Hoy quiero hablar de tres pequeñas lecciones con gran contenido teológico que el Señor me ha permitido conocer. Esto sí que me ha motivado a reactivar este blog, porque como me ha pasado en muchas otras ocasiones, por no escribir esas “pequeñas revelaciones”, las he olvidado.

En el camino espiritual, así como en el mundo científico, hay momentos “eureka” que nos permiten comprender mejor (quizás no entender del todo por la complejidad del asunto) algunos de los misterios que Dios nos ha revelado. Cabe aclarar una vez más que yo no soy teólogo y tengo poco tiempo formándome en la fe, por lo que hay temas que se hacen muy complejos para mi comprensión. Hay mucha información en todos lados, pero frecuentemente, bastante difícil de digerir.


¿Sin pecado concebido o concebida?

Uno de esos primeros momentos de lucidez habla de lo muy poco formado que estaba. Ocurrió durante el tiempo de espera metido en un embotellamiento de tráfico. Los católicos solemos usar jaculatorias, una de ellas es: “Ave María purísima, sin pecado concebida”. Yo no estaba seguro si era concebido o concebida, en mi ignorancia me resultaba más lógico asociar la palabra pecado, en masculino, con la palabra concebido, también en masculino. Yo repetía como loro lo primero que me sonaba, y sé que en muchas ocasiones dije la brutalidad: “sin pecado concebido”. Pero llegó ese momento donde me dije: “María fue concebida sin pecado, no es lógico decir que no se le concibió pecado”. Hablando estrictamente, el pecado no se concibe, se comete.


La redención para dummies.

Un tema difícil de entender es el de la redención, sobre el cual me interesé mucho hace unos años y escribí una entrada. Hace poco un predicador usó un ejemplo tan simple pero tan ilustrativo, que me ayudó bastante a aproximarme a este misterio. El decía, la redención es como si una madre tuviera dos hijos, ambos muy buenos y amados. Una persona asesina a su hijo menor y la policía lo captura y un juez lo encuentra culpable y lo condena a muerte. Pero la madre de este hijo va ante el juez y le dice que ella perdona al asesino y ofrece a su otro hijo para que pague la condena a muerte, oferta que el otro hijo acepta cumplir. ¡Que locura! Pero fue justamente lo que hizo Dios por nosotros.

Veámoslo así: Si usted fuera ese asesino ¿qué sentiría ante semejante gesto de esta madre? Estoy completamente seguro que, aunque usted tenga el corazón de piedra, se doblegaría ante el abrazo de perdón y las palabras de consuelo de esa mamá. Ese perdón ha obrado un milagro en el alma de ese condenado, se ha doblegado ante el amor de esa madre y su espíritu se debería sentir al menos compungido por semejante obra de misericordia. Todo esto ocurre en un plano espiritual y de forma conexa, en el plano físico.

Pues la humanidad es ese asesino que ofendió a Dios y Jesús es ese hijo enviado para pagar por nosotros nuestra culpa. Si tan grandes cosas suceden en el espíritu con un ejemplo terrenal, cuánto más hemos recibido con la crucifixión y muerte del mismo Dios encarnado, Jesucristo nuestro Señor.


La Virgen María, Madre e Intercesora.

Para el final he dejado un tema que se hace complejo para muchas personas, sobre todo, para los hermanos protestantes. El papel de intercesión de la Santísima Virgen María.

Antes que nada, los cristianos debemos sabernos parte de una familia, donde tenemos un Padre que es Dios; como hijos de Él somos hermanos en Jesucristo y por tanto debemos tener una madre, pues de lo contrario seríamos huérfanos. Esa madre es María, Madre de Jesús y Madre nuestra.

Jesucristo es el único mediador entre Dios y los hombres (1ra Timoteo 2,5-6), es nuestro hermano mayor, Santo entre los Santos. Pero también tenemos a María, Reina del cielo y de la tierra, que como mamá de todos no solo conoce muy bien a Jesús, sino a nosotros.

Nosotros ante el cielo somos como hijos pequeños, y tenemos muchas dificultades para alcanzar ciertas gracias. Un sacerdote hace poco usaba un ejemplo muy ilustrativo sobre la intercesión de María. El recordaba que creció en una familia numerosa, por tanto solían ser muy independientes en ciertas cosas. A sus cinco años, cuando deseaba beber agua, debía empujar un taburete hasta la cocina, subirse a él, subirse al mesón, luego abrir la alacena, sacar un vaso, dejarlo en el mesón, cerrar la alacena, bajarse al taburete, mover el taburete hasta la llave de agua, tomar el vaso, subirse de nuevo al taburete, abrir el grifo, llenar el vaso, cerrar la llave, poner el vaso en el mesón, bajarse del taburete, regresar el taburete hasta su sitio y luego regresar a tomarse el agua. Esta operación tardaba algunos minutos y un día pasó lo inevitable: dejó caer el vaso y se quebró. Su madre llegó presurosa y al ver la escena le dijo al niño: “Pero serás tonto hijo mío, ¿acaso no estoy aquí que soy tu madre?” Ella tomó un vaso y en 10 segundos le ha servido el agua.

La fuente de todas las gracias es Dios, pero casi siempre somos muy torpes para obtenerlas. Más torpes somos cuando olvidamos que tenemos una madre que puede alcanzarlas más rápido, fácil y seguro de lo que podríamos hacerlo nosotros mismos.


¡Dios los bendiga!










martes, 4 de septiembre de 2018

Frutos de seguir a Cristo



Una de las cosas más chéveres que he descubierto cuando decidí seguir a Cristo es que este camino no se queda en teoría, sino que se vive la práctica de la fe de una manera tan vívida que es inevitable tomarla como prueba irrefutable de quien vive en nosotros. Así es, Cristo habita en nosotros, como bien lo decía San Pablo: "Yo estoy crucificado con Cristo y ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí”[1].  Pero para que Cristo habite en nosotros es necesario vivir en la gracia y amor de Dios, pues Él no habita en el pecado. 

¿Pero qué es la gracia? Es un don de Dios sobrenatural e interior, que se nos concede por los méritos de Jesucristo para nuestra salvación, pues para el hombre herido por el pecado no es fácil guardar el equilibrio moral[2]. Todo lo anterior se puede resumir en decir que tenemos tendencia a hacer las cosas mal y es por ello que debe venir Dios en nuestro auxilio, eso sí, si lo queremos.

Cuando aceptamos esa ayuda divina, es cuando digo que se pasa de la teoría a la práctica, porque es inevitable sentir esa fuerza que te asiste para luchar contra esos pecados que te esclavizan. Esa fuerza tiene nombre propio: El Espíritu Santo. Te aseguro, por experiencia propia, que si dejas habitar en ti al Espíritu Santo, no solo dejarás atrás los vicios y pecados más enraizados, sino que cada día irá moldeando en ti una mejor persona, a imitación de Cristo. Las perfecciones recibidas es lo que se conoce en la tradición católica como los frutos de Espíritu Santo, que según el catecismo, son primicias de la gloria eterna [3], es decir, del cielo.

Se habla mucho de los dones, pero poco de los frutos de Espíritu Santo, por eso traigo este extracto del recomendadísimo libro La fe Explicada de Leo J. Trese [4] para ahondar un poco en cada uno de ellos:

"Muchos de los catecismos que conozco dan la lista de los <doce frutos del Espíritu Santo> —caridad, gozo, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad—. Pero hasta ahora y según mi experiencia, rara vez se les da más atención que una mención de pasada en las clases de instrucción religiosa…

resulta ilógico hablar de la gracia santificante, de las virtudes y dones que la acompañan, y no hacer más que una mención casual a los resultados, que son, precisamente, los frutos del Espíritu Santo: frutos exteriores de la vida interior, producto externo de la inhabitación del Espíritu.

Utilizando otra figura, podríamos decir que los doce frutos son las pinceladas anchas que perfilan el retrato del cristiano auténtico. Quizá lo más sencillo sea ver cómo es ese retrato, cómo es la persona que vive habitualmente en gracia santificante y trata con perseverancia de subordinar su ser a la acción de la gracia.

Antes que nada, esa persona es generosa. Ve a Cristo en su prójimo, e invariablemente lo trata con consideración está siempre dispuesto a ayudarle, aunque sea a costa de inconveniencias y molestias. Es la caridad.

Luego, es una persona alegre y optimista. Parece como si irradiara un resplandor interior que le hace ser notado en cualquier reunión. Cuando está presente, parece como si el sol brillara con un poco más de luz, la gente sonríe con más facilidad, habla con mayor delicadeza. Es el gozo.

Es una persona serena y tranquila. Los psicólogos dirían de él que tiene una personalidad equilibrada . Su frente podrá fruncirse con preocupación, pero nunca por el agobio o la angustia. Es un tipo ecuánime, la persona idónea a quien se acude en casos de emergencia. Es la paz.

No se aíra fácilmente; no guarda rencor por las ofensas ni se perturba o descorazona cuando las cosas le van mal o la gente se porta mezquinamente. Podrá fracasar seis veces, y recomenzará la séptima, sin rechinar los dientes ni culpar a su mala suerte. Es la paciencia.

Es una persona amable. La gente acude a él en sus problemas, y hallan en él el confidente sinceramente interesado, saliendo aliviados por el simple hecho de haber conversado con él; tiene una consideración especial por los niños y ancianos, por los afligidos y atribulados. Es la benignidad.
Defiende con firmeza la verdad y el derecho, aunque todos le dejen solo. No está pagado de sí mismo, ni juzga a los demás; es tardo en criticar y más aún en condenar; conlleva la ignorancia y debilidades de los demás, pero jamás compromete sus convicciones, jamás contemporiza con el mal. En su vida interior es invariablemente generoso con Dios, sin buscar la postura más cómoda. Es la bondad.

No se subleva ante el infortunio y el fracaso, ante la enfermedad y el dolor. Desconoce la autocompasión: al­zará los ojos al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión. Es la longanimidad.

Es delicado y está lleno de recursos. Se entrega totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin sombra de la agresividad del ambicioso. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar con persuasión, pero jamás llega a la disputa. Es la mansedumbre.

Se siente orgulloso de ser miembro del Cuerpo Místico de Cristo, aunque no pretende coaccionar a los demás y hacerles tragar su religión, pero tampoco siente respetos humanos por sus convicciones. No oculta su piedad y defiende la verdad con prontitud cuando es atacada en su presencia; la religión es para él lo más importante de la vida.  Es la fe.

Su amor a Jesucristo le hace estremecer ante la idea de actuar de cómplice del diablo, de ser ocasión de pecado para otro. En su comportamiento, vestido y lenguaje hay una decencia que le hacen —a él o ella— fortalecer la virtud de los demás, jamás debilitarla. Es la modestia.

Es una persona moderada, con las pasiones firmemente controladas por la razón y la gracia. No está un día en la cumbre de la exaltación y, al siguiente, en abismo de depresión. Ya coma o beba, trabaje o se divierta, en todo muestra un dominio admirable de sí... Es la continencia.

Siente una gran reverencia por la facultad de procrear que Dios le ha dado, una santa reverencia ante el hecho que Dios quiera compartir su poder creador con los hombres. Ve el sexo como algo precioso y sagrado, un vínculo de unión, sólo para ser usado dentro del ámbito matrimonial y para los fines establecidos por Dios; nun­ca como diversión o como fuente de placer egoísta. Es la castidad.

Y ya tenemos el retrato del hombre o mujer cristianos: caridad, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad. Podemos contrastar nuestro perfil con el retrato y ver dónde nos separamos de él."

¡Dios les bendiga!


[1] Gálatas 2,20.
[2] Numeral 1811. Catecismo de la Iglesia Católica. 
[3] Numeral 1832. Catecismo de la Iglesia Católica. 
[4] La fe explicada, Leo J. Trese, 28° edición, pág. 155-158.




viernes, 8 de junio de 2018

Suicidio: muerte del alma.

Hoy el mundo se ha despertado con una noticia triste, el reconocido chef Anthony Bourdain al parecer se ha suicidado y de esta manera se une a una larga lista de personalidades que han tomado esa penosa decisión. Inevitablemente nos debemos plantear la pregunta: ¿Qué lleva al suicidio a una persona que aparentemente tiene todo para ser feliz? No pretendo responder, pues escapa a mi corta comprensión de la naturaleza humana, pero si encuentro sentido a algunos argumentos que desde la religión se proponen.

Esta generación se ha visto marcada por un incremento notable en la tasa de suicidios y coincide con una época de la humanidad en la que se está relativizando todo y se está excluyendo a Dios de nuestras vidas. Si algo he entendido en este corto camino de experiencia cristiana, es que somos seres espirituales y necesitamos el abrigo de Dios para caminar en este difícil mundo lleno de peligros para el alma. Dios no quiere el mal para ninguno de nosotros, pero como hijos traviesos escapamos a su protección y Él, aunque puede, no nos corta las alas para hacer lo que queramos.

Todos hemos escuchado que la familia es el núcleo de la sociedad, y es allí donde, me temo, se está gestando la muerte de muchas almas. Todo parece un círculo vicioso que, a mi modo de ver, comenzó con la inclusión de la mujer al mercado laboral. Esto ha ocasionado que muchos hijos se hayan criado prácticamente sin padres, al cuidado de una nana o incluso solos. Esos hijos, sin una debida formación de hogar, crecen flojos en valores y terminan cayendo en los vicios más comunes de esta sociedad: masturbación, drogas, promiscuidad sexual, pornografía y un largo etcétera. Hay muchas otras cosas en las que solemos caer, pero he resaltado los pecados de carácter sexual porque alimentan muy especialmente ese circulo vicioso que mencionaba antes.

Una sociedad entregada a los placeres sexuales sin control, es una sociedad que ha perdido el objetivo principal del sexo en el plan divino que es la reproducción. A los varones, esta sociedad los presiona a exponerse desde muy jóvenes a una cantidad de medios erotizados, motivando la percepción de la mujer como un simple artículo de placer. Un placer que es exacerbado por la pornografía y que les plantea imaginarios cada vez más difíciles de alcanzar y les lleva a terribles aberraciones. Esto suscita, en el mejor de los casos, que los hombres no quieran casarse, que se planteen el reto de acostarse con el mayor número posible de mujeres y no dar cabida al verdadero amor. Entonces vienen las violaciones, la pedofilia, los abortos y los asesinatos de mujeres. Se presiona entonces a la mujer que ha quedado embarazada sin desearlo, a que aborte para que pueda seguir siendo un objeto. Y si decide no abortar, tiene que criar sola a su hijo, trabajando diariamente para poder mantenerlo y negando a ese niño el derecho a crecer en un hogar constituido por padre y madre, del que muy seguramente, crecerá flojo en valores. Y la historia se repite.

Por si fuera poco, a todo este círculo de destrucción de la familia se le ha sazonado con la ideología de género fomentando construcción de nuevos modelos de familia que son incompatibles (en la mayoría de los casos) con la procreación.

Medios erotizados, pornografía, cosificación de la mujer, ideología de género se unen a la presión de ser reconocidos como personas exitosas, capaces de comprar el último modelo de iphone, subir a instagram la foto del último viaje a Europa, lucir los mejores cuerpos en el gimnasio y montar en el carro del año. ¿Y tu alma? quizás sea hora de pensar que somos más que estuche y que ese vacío que tenemos dentro, a pesar de tenerlo todo, se debe a que no lo hemos llenado con lo único que puede hacerlo: EL AMOR DE DIOS.


¡Dios les bendiga!

domingo, 20 de mayo de 2018

Nuevo Pentecostés

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Hoy celebramos lo que pudiera llamarse el inicio de la Iglesia de Cristo: El pentecostés. Jesús, al ascender al cielo, prometió a sus discípulos un nuevo bautismo en el que recibirían al Espíritu Santo. Esto evidentemente sucedió, y aquellos torpes y miedosos hombres se convirtieron en valientes predicadores y obraron grandes signos y milagros que fundaron la Iglesia Católica que hoy conocemos.

Llevaba días sin escribir, disfrutando de un especial tiempo de encuentro con Dios, palpando cómo ha obrado en la vida de nuestra familia, a quién le hemos entregado nuestro servicio. El Señor nos ha regalado tantas cosas y si antes no había escrito, es porque no sabía qué de tanto contar.

Hoy terminamos (mi esposa y yo) un curso de formación llamado Nuevo Pentecostés, que han hecho coincidir intencionalmente con esta celebración especial. Es llamado así como referencia a la nueva manifestación del Espíritu Santo que se suscitó en Estados Unidos en 1967 como respuesta a la oración del papa Juan XXIII pidiendo una renovación en la Iglesia que derivó en el Concilio Vaticano II y el posterior surgimiento de la Renovación Carismática Católica.

La Renovación Carismática no es más que un "reavivamiento" de los carismas otorgados por el Espíritu Santo. Carismas que fueron incomprendidos por mucho tiempo y que generaron rechazo en la misma Iglesia Católica. Hoy es aceptada, pero aún muchos de sus carismas son incomprendidos. Yo había sido uno de esos observadores incrédulos, hasta que he sido testigo de ellos e incluso he recibido algunos carismas que lo único que han hecho es confirmar cada día más la existencia de un Dios vivo y que sigue actuando en medio de nosotros.

¡Dios les bendiga!



sábado, 24 de marzo de 2018

¿Aversión a la Iglesia?


En pocos días comenzará la semana Santa y justo ahora se ha destapado un escándalo sobre ocultamientos y sacerdotes pedófilos en la Iglesia Católica. Inmediatamente recordé a un famoso predicador de la cadena de televisión católica internacional EWTN llamado Frank Morera que hace varios años decía que no es coincidencia que siempre antes de semana Santa sale a relucir algún tipo de escándalo, que lamentablemente, termina por afectar la fe de muchas personas y ahuyentarlos de la Iglesia o de la religión en general.

Será un tema de nunca acabar, porque el mal está inoculado en el mundo y afecta de igual forma todas las esferas de nuestra sociedad, incluida la Iglesia. Lo que llama la atención es justamente la sevicia con la que se maneja la información para dar a entender que la Iglesia (o la religión) es lo peor que le ha podido pasar al hombre y que debemos buscar por todos los medios la manera de eliminar ese "virus" de la mente de las personas.

Solo el hecho de empeñar tanto esfuerzo por ridiculizar a una institución hace sospechosa la intención de quienes toman partido en esta lucha. Y hago la aclaración de que no estoy a favor de ocultar las cosas malas que pasan, por el contrario, es necesario que se denuncie cualquier tipo de abuso para ayudar a que la Iglesia sea cada vez más Santa. En el tema de pederastia que mencioné anteriormente, un periodista destapó el penoso caso de varios sacerdotes que habían cometido diferentes tipos de abusos, y entre ellos, fue involucrado un sacerdote muy reconocido en los medios de comunicación católicos. Lo indignante del asunto, es que el periodista en cuestión centró su acusación en el testimonio de una sola persona y nunca contrastó la versión del acusador con el acusado. El sacerdote fue quien tuvo que llamar al periodista y aclarar todo el asunto. Pero el daño ya estaba hecho. Este sacerdote es muy cercano a personas y grupos que conozco y dan fe de su irreprochable ministerio.

Es triste ver como la palabra sacerdote la han hecho sinónimo de pedófilo, y el de religión con ignorancia. Yo me pregunto: ¿será que si acabamos con la religión se acabará el mal en el mundo? ¿Entraremos en un nuevo estado de consciencia que nos hará seres superiores? 

Los hombres tenemos alma y espíritu y es por ello que debemos procurar perfeccionar nuestra espiritualidad, hacerlo, a mi modo de ver, solo es posible cuando se practica una sana religión. Defectos y virtudes hay dentro y fuera de la Iglesia, pero la verdad es que me he encontrado con más cosas buenas dentro de ella que afuera. 

Es cierto que la Iglesia Católica ha cometido muchos errores a lo largo de la historia, pero nadie podrá desconocer lo que ha hecho por nuestra sociedad. Es como una vieja y gran catedral, visible y majestuosa desde la distancia, pero cuando te acercas y te detienes a reparar en los detalles de su construcción, está llena de imperfecciones, de ladrillos roídos, de grietas y humedades, pero nada de ello, le resta majestuosidad a lo construido.

Mucha gente lo desconoce, pero la Iglesia suscitó muchos de nuestros avances como sociedad.  Las primeras universidades surgieron en el seno de la Iglesia Católica, de allí las cátedras académicas, el surgimiento del método científico y la consolidación de la ciencia. De igual forma se puede hablar de la creación de los hospitales, de las escuelas y hasta de nuestra forma de gobierno. La influencia cristiana es innegable, incluso, hasta en aquellos que no se consideran como tal. 

Para resaltar el sesgo que hay sobre la Iglesia y el por qué del título de esta entrada; traigo la historia del sacerdote católico George Lemaître, de cuya biografía extraigo:


"Fue el primer académico conocido en proponer la teoría de la expansión del universo, ampliamente atribuida de forma incorrecta a Edwin Hubble.También fue el primero en derivar lo que se conoce como la ley de Hubble e hizo la primera estimación de lo que ahora se llama la constante de Hubble, que publicó en 1927, dos años antes del artículo de Hubble. Lemaître también propuso lo que se conocería como la teoría del Big Bang del origen del universo, a la que llamó «hipótesis del átomo primigenio» o el «huevo cósmico»." 



Cuando Einstein propuso su teoría de la relatividad, descubrió que la misma solo era viable en un universo en expansión o contracción, por lo que agregó a su teoría la llamada "constante cosmológica" para poder justificar la existencia de un universo estacionario.


Para los científicos de aquella época no era concebible un universo "creado", que surgiera de la nada, sino que pensaban que siempre había estado allí, estático. Fue precisamente la idea de que somos creados por Dios lo que motivó a Lemaître a proponer que el universo surgió de un punto de infinita energía que estalló y comenzó a expandirse. Al pobre sacerdote lo ridiculizaron la mayoría de sus contemporáneos, incluyendo Einstein, muy a pesar de que sus cálculos eran correctos y que lo podía demostrar. No habían razones sólidas para rechazar su argumentación, más allá de que no se concebía la idea creacionista de un religioso.

Pues la idea creacionista terminó siendo cierta y solo fue hasta cuando Hubble (sí, el del telescopio) evidenció el desplazamiento de las galaxias, que Einstein, a regañadientes, aceptó la idea de un universo en expansión. Como anécdota también queda que el término "Big Bang" fue acuñado por un científico defensor de la teoría estacionaria cuando se refería en son de burla a la teoría del sacerdote.

Toda esta historia se parece bastante a la del monje católico Nicolás Copérnico que propuso el modelo heliocéntrico que revolucionó la astronomía.

No son tan malos los religiosos después de todo, ojalá las noticias no solo se centraran en lo malo que sale de la iglesia sino también en la inmensidad de cosas buenas. Y finalizo citando a Lemaitre:


"Yo me interesaba por la verdad desde el punto de vista de la salvación y desde el punto de vista de la certeza científica. Me parecía que los dos caminos conducen a la verdad, y decidí seguir ambos. Nada en mi vida profesional, ni en lo que he encontrado en la ciencia y en la religión, me ha inducido jamás a cambiar de opinión".


¡Que la verdad nos acompañe siempre!

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Fuentes:

martes, 13 de marzo de 2018

Crisis de fe

La imagen puede contener: una o varias personas


La razón principal por la que decidí retomar este blog (que creé con otra intención en el 2009) fue por propio beneficio, para consignar aquí mi proceso de conversión y recordarme a mí mismo cada etapa de esta vida en la fe. Indudablemente que si esto que escribo es de provecho para alguien más, pues bendito sea Dios. ¿Y por qué lo hago? Pues porque la lucha espiritual es muy difícil en un mundo cada vez más alejado de Dios. Un mundo que te absorbe en su día a día y te hace olvidar esas experiencias cercanas a Dios que han hecho fortalecer la fe.


Por mi formación como ingeniero y mi experiencia laboral en ese mismo campo, soy una persona demasiado racional y me ha costado comprender la espiritualidad de un Dios vivo en medio de nosotros. Debo admitir que puedo echar atrás un largo camino de entendimiento espiritual a cambio de un aparentemente sólido argumento racional.

Sí, mi fe aún es muy inmadura, y lo pude constatar hace poco con un par de eventos. El primero de ellos fue en un Rosario en medio de la adoración al Santísimo Sacramento. En ese lugar, varias personas que llevan un largo tiempo en este caminar, sintieron la viva presencia de la Virgen María y el desbordante amor de Jesús Eucaristía que se manifestó incluso en algunas fotografías donde se veía lo que parecía ser la sangre de Cristo derramándose por el altar. Todas estas personas con fe inquebrantable y largos años de oración no dudaron en aceptar lo que se veía en las fotos. Yo en cambio, le busqué todas las justificaciones posibles, hasta que una persona de una formación espiritual extraordinaria me dijo: "Estás leyendo demasiada doctrina y poca espiritualidad". Era cierto, mis lecturas se han centrado más en la argumentación católica que en la lectura vívida de las experiencias de fe de tantos Santos que han pasado por nuestra Iglesia.

El segundo evento fue un testimonio que leí en la página de facebook del cantautor católico Felipe Gómez, quien relataba la historia de Roque Solaque, un humilde seminarista de origen campesino que vivió las heridas y dolores de la pasión de Cristo. Estas heridas visibles, sangraban cada viernes.


La Iglesia Católica ha tenido muchos estigmatizados, pero poco sabía de este humilde seminarista. Una búsqueda más profunda en youtube me permitió encontrar que este caso de Roque está muy bien documentado, pensaría que mejor que el del Santo Padre Pío de Pietrelcina; pues es un hecho más reciente que quedó detallado en muchas imágenes y videos. Varios testimonios, incluso médicos, daban fe de lo incomprensibles eventos que sucedieron. Pero hubo un argumento en contra: "todo puede ser autosugestión, nuestro poderoso cerebro puede hacer aparecer esas llagas y generar el sangrado en cabeza, manos, pies y costado en ese hombre."

Ese solo argumento bastó para echar por tierra la credibilidad de ese evento. Esto, sumado a mi incredulidad frente a lo sucedido con las fotos de Jesús Eucaristía; me hicieron pensar que todo esto del sentimiento espiritual pudiera ser solo una especie de paranoia y todas mis experiencias pasadas (que he relatado en anteriores entradas), simple autosugestión.

En esos libros doctrinales de los que hablaba antes también he leído que la fe no puede basarse en sentimientos. Que la fe y la razón no se contraponen y por el contrario, la fe ilumina la razón y le da sentido a muchas cosas que por el simple razonamiento somos incapaces de explicar. 

Pese a todo, era innegable que sentía una vez más la duda tocando la puerta de mi mente y mi corazón, pero he seguido el consejo de grandes Santos, que ante la crisis, recomiendan perseverar en la fe. Eso hice, me dirigí al Santísimo y lo primero que sentí al entrar fue una paz tremenda, las misma que se siente en los grandes Santuarios, Conventos y lugares de culto. Ese sentimiento de paz no puede ser autosugestión, lo he sentido desde muy niño, especialmente cuando mis padres me llevaban a visitar a familiares consagrados que vivían en conventos. También he sentido lo opuesto, lugares con un "ambiente pesado", recuerdo cuando entré a acompañar a una persona a un local de "hierbas" y "brebajes curativos", indudablemente era un sitio de Santería o algo relacionado. Quien esté leyendo esto no podrá negar que en algún momento de sus vidas, han sentido paz o intranquilidad al entrar a un lugar. ¿Será coincidencia o "autosugestión" que la mayoría de esos lugares de paz sean sitios religiosos? Dejo la inquietud.

Antes de entrar al Santísimo sentí la fuerte intención de llevar la biblia que normalmente llevo en mi auto. Eso hice. Por lo general no acostumbro a leer la biblia allí, lo hago en mi casa. Frente al santísimo le expresé al Señor mi duda, sabía que no debía pedir signos, el Señor valora a quien cree sin ver. Pero le dije que estaba confundido, que me ayudara a fortalecer mi fe. Acto seguido, me dispuse a leer la biblia. Por estos días he estado leyendo las cartas de San Pablo pero hoy quise leer directamente a Jesús y me remití a los Evangelios, allí abrí la biblia inicialmente en alguno de los Evangelios Sinópticos pero quise mejor ir al Evangelio de Juan, el discípulo amado. Fijé mis ojos justo en el capítulo cinco de San Juan y no daba crédito a lo que leía, me dio risa, pues entendí que el Señor contestó mi oración. El pasaje que comencé a leer habla sobre la obra del Hijo: resucitar a los muertos del cual extraigo estas dos citas:

"En verdad les digo: El que escucha mi palabra y cree en el que me ha enviado, vive de vida eterna; ya no habrá juicio para él, porque ha pasado de la muerte a la vida." - Jn 5, 24.


"Ustedes escudriñan las Escrituras pensando que encontrarán en ellas la vida eterna, y justamente ellas dan testimonio de mí. Sin embargo ustedes no quieren venir a mí para tener vida. Yo no busco la alabanza de los hombres. Sé sin embargo que el amor de Dios no está en ustedes, porque he venido en nombre de mi Padre, y ustedes no me reciben. Si algún otro viene en su propio nombre, a ése sí lo acogerán. Mientras hacen caso de las alabanzas que se dan unos a otros y no buscan la gloria que viene del Único Dios, ¿cómo podrán creer?" - Jn 5, 40-44.


A la luz del momento, mi interpretación del pasaje es la firme respuesta del Señor a que estamos llamados a creer en Él, sabemos que es más fácil creerle a los hombres (pues argumentan con hechos medibles), pero ellos no son dignos de confianza. Debemos creer entonces, así sea difícil, en el único poseedor de la verdad: Jesucristo.

Puede ser que esté nuevamente sugestionado, lo curioso es que este pasaje corresponde al Evangelio del día de mañana en el calendario litúrgico (escribo esto el 13 de marzo de 2018). Y la sección anterior, que no la leí, es el Evangelio de hoy. De esto me acabo de dar cuenta. Yo no abrí la biblia intencionalmente allí, la lectura fue aleatoria.

Independiente de que sea coincidencia, autosugestión o lo que sea, el Señor puede valerse de cualquier método para respondernos. Ya lo había vivido antes, pero insisto, la lucha es difícil y creer en la Palabra es como el mismo Señor lo explica en la parábola del sembrador: 


"Lo que el sembrador siembra es la Palabra de Dios. Los que están a lo largo del camino cuando se siembra, son aquellos que escuchan la Palabra, pero en cuanto la reciben, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Otros reciben la palabra como un terreno lleno de piedras. Apenas reciben la palabra, la aceptan con alegría; pero no se arraiga en ellos y no duran más que una temporada; en cuanto sobreviene alguna prueba o persecución por causa de la Palabra, al momento caen. Otros la reciben como entre espinos; éstos han escuchado la Palabra, pero luego sobrevienen las preocupaciones de esta vida, las promesas engañosas de la riqueza y las demás pasiones, y juntas ahogan la Palabra, que no da fruto. Para otros se ha sembrado en tierra buena. Estos han escuchado la palabra, le han dado acogida y dan fruto: unos el treinta por uno, otros el sesenta y otros el ciento." - Mc 4,14-20.



Hoy, doy gracias a Dios, que a través de su palabra me da fortaleza para perseverar y no dejar morir la semilla que Él ha sembrado en mi corazón. Como dicen en mi tierra: "¡Seguimos en la lucha!"


¡Dios les bendiga!

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