Con esta entrada cierro mi testimonio de cómo fue esa etapa inicial de conversión, y digo etapa inicial, porque la conversión no es un cambio que ocurre de un día a otro, es un objetivo por el que hay que "luchar" toda nuestra vida terrenal. Todo lo dicho hasta ahora no es más que una experiencia privada, y como tal, es libre de que se crea o no. Lo cierto es que mi interés al iniciar este blog no es confundir (no me sobra tiempo para eso), sino de compartir la realidad de esa buena nueva que es Jesucristo y que se nos ha transmitido por cerca de 2000 años y que lastimosamente nos rehusamos a escuchar y mucho menos a creer.
Para los que llegan por primera vez a este blog les recomiendo leer en orden cronológico mis anteriores entradas, sin embargo, acá hago un muy pequeño resumen de lo que ha sido este camino: me formé como un católico que heredó la religión de sus padres y que, al llegar a su temprana adultez, se comenzó a cuestionar sobre la realidad de esa fe, cuestiones, que por simple desinterés, me llevaron al escepticismo. Luego, por un encuentro con Jesús en un retiro, se sembró una inquietud que fui cultivando y que me llevaron a fortalecer mi fe. Hoy les quiero relatar el papel de la Virgen María en el proceso de reafirmar esa fe y terminar de eliminar cualquier manto de duda sobre la realidad de un Dios vivo y presente en medio de nosotros.
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La Virgen María siempre ha estado vinculada a mi vida de alguna manera, principalmente por la influencia de mis padres y abuelos, pero también por la gran devoción que se le tiene en mi país. En mi ciudad, casi que en cada cuadra, hay una imagen de la Virgen. Pero la que había en la esquina cerca a mi casa era especial, quizás una de las imágenes más grandes que se pudiera encontrar en un barrio, no en vano a nuestro sector le llamaban "la Virgen" e igualmente a nuestro equipo de fútbol (al equipo infantil nos llamaban los virgencitos, jejeje). Desde niño, y hasta los veintitantos años, me acompañaban en mi cuarto una imagen del divino niño Jesús, la Virgen de Fátima y una oración que yo mismo fijé a un vidrio y que rezaba cada noche:
¡Oh Señora mía, oh Madre mía!,
yo me entrego del todo a Ti,
y en prueba de mi filial afecto,
te consagro en este día
mis ojos, mis oídos, mi lengua y mi corazón,
en una palabra, todo mi ser,
ya que soy todo tuyo,
¡oh Madre de bondad!,
guárdame y protégeme como hijo tuyo. Amén.
Un día cualquiera, cuando ya comenzaba a inclinarme por el escepticismo, pensé en botar las imágenes y la oración que me habían acompañado por tantos años, pero pudo más el valor sentimental y terminaron guardados en una caja de un cuarto útil.
Muchos años después, cuando estaba intentando recuperar mi fe, aparece de nuevo mi natal Medellín y su devoción a la Virgen María para rescatarme por completo de mi incredulidad. Yo estaba viviendo en Santo Domingo, República Dominicana, y desde allí, mientras curioseaba en Facebook, ví el "like" que una prima le dio una publicación de una página llamada Lazos de Amor Mariano. Allí aparecía un señor llamado Wilson Tamayo promocionando una peregrinación mariana por algunos santuarios en Europa. Eso fue justo por los días en que nació la idea de peregrinar y era inevitable ver esta coincidencia como una señal. Ví que eran una comunidad católica de Medellín y les contacté para que me enviaran más información. El itinerario que ellos planteaban era más que perfecto y nos embarcamos en el proyecto, tal como lo conté en mi anterior entrada.
Casi toda mi vida había vivido en Medellín y nunca había escuchado noticia de esta comunidad, en buena medida, por mi alejamiento intencional de la religión. Pero fue ese contacto inicial el que me llevó a conocer más de ellos y descubrir la consagración a Jesús por María. La verdad no tenía ni idea de lo que era una consagración, pero ellos han hecho un trabajo fantástico en Internet y basta ingresar a su canal en youtube para obtener una respuesta. Le presenté la idea a mis amigos y les gustó tanto, que nos inscribimos (casi todo el grupo de @virgencitaperegrina) a la primera consagración en línea del año 2017.
Para ese entonces estábamos absortos con un hecho reciente del cual todos fuimos testigos. Un día cualquiera de septiembre de 2016, una de las parejas que hacen parte de nuestro grupo estaba visitando la Basílica de Nuestra Señora de la Altagracia en Higüey (RD) y cuando salían de allí, nuestra amiga tuvo una visión en la que ella se veía con un niño en brazos junto a su esposo. Cuando decidimos formar @virgencitaperegrina, acordamos reunirnos los jueves para hacer el Santo Rosario y en una de las primeras reuniones, uno de nuestros amigos invitó a una compañera de trabajo que es muy devota de la Virgen María. Ella, de manera muy humilde, nos guío en el rezo del mismo y al final, a cada uno de nosotros, nos dio una palabra a modo de revelación. A nuestra amiga, la que tuvo la visión en la Basílica, le dijo que estaba embarazada y que si no lo estaba, lo estaría pronto. Yo solo pude ver su cara de sorpresa que entendería luego: ella se había enterado hace muy poco de su embarazo y decidió reservarse la noticia para sorprender a su esposo en su aniversario de bodas. Nadie lo sabía, ¿cómo iba a poder saberlo esta mujer a la que acabábamos de conocer? Yo tampoco lo supe, solo hasta el día del aniversario de ellos, donde se reveló todo el misterio de la noticia y que además, por cuestiones médicas, el tiempo del embarazo se contaba desde el día 8 de diciembre, día de la inmaculada concepción y día de nuestro llamado. ¿Coincidencias? Todo pudiera parecerlo, pero por si las dudas, su hija nació exactamente el mismo día en que nuestra amiga tuvo la visión en la Basílica, justo un año después. Nuestra Señora les regalaba a ellos una preciosa niña y a nosotros una prueba de su poder de intercesión.
En nuestro grupo hay una amiga con un don de servicio muy especial, que motivada en su corazón por llamados de la Virgen María, asiste frecuentemente a ayudar a niños y madres en hospitales públicos de Santo Domingo. Fue ella quien propuso enfocar nuestra labor hacia ese servicio de ayuda social. Ella misma recibió el llamado de la Virgen para participar de una feria católica, a la cual creíamos no poder asistir (pues no habían cupos) y no solo pudimos ir, sino que obtuvimos muy buenos resultados y gran parte de las ganancias las donamos a una fundación.
Vivimos experiencias muy conmovedoras e impactantes en esa labor de ayuda, y eso, sumado al embarazo de nuestra amiga, nos hizo desistir de los planes de peregrinación para enfocar nuestros esfuerzos a la ayuda social y evangelización. Descartamos por completo la idea de peregrinar y la verdad no nos importó, porque la satisfacción que obteníamos en ayudar y crecer espiritualmente como grupo, era mayor.
Pero la Santísima Virgen, que no se queda atrás en gracias, quiso que hiciéramos el viaje. Sin buscarlo, nos enteramos de un vuelo extremadamente barato para ir a Barcelona, esto se debía a que era el vuelo inaugural del recorrido Punta Cana- Barcelona de la recién creada empresa Level de Iberia (de eso nos enteramos el día del vuelo). Sin tener el dinero completo para el viaje, decidimos comprar los tiquetes, cada uno costaba $99 dólares y estábamos dispuestos a perder ese dinero en caso de que no pudiéramos conseguir los recursos para el resto del viaje, pero la oportunidad no la íbamos a desperdiciar. Nuestros amigos que estaban esperando bebé decidieron no embarcarse en el viaje y nos dieron carta abierta para irnos sin ellos. Aproximadamente un mes después de haber comprado los tiquetes, a cada una de las parejas nos sorprendieron ingresos no esperados en nuestros trabajos. Bonificaciones especiales con las que no contábamos. ¿Qué otra señal habíamos de esperar? Armamos el plan, a modo "mochilero", y nos fuimos de peregrinación.
En todo el viaje vimos la providencia de Dios obrar. Fue un viaje que planeamos lo mejor posible, pero habían cosas que nos eran muy dificiles de coordinar, como por ejemplo, asistir a misa todos los días. Nos hicimos ese propósito, pero era para nosotros un poco difícil saber los horarios de las parroquias cercanas a nuestros recorridos para ajustar nuestra agenda. En oración, lo pusimos en manos de Dios (como todo aquello en lo que no teníamos control), y era increíble como coincidíamos cada día con una misa en alguna parroquia. No importaba el idioma, pero allí estábamos cada día a los pies del Señor recibiendo su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad en ese pequeño pan.
Normalmente en los viajes algo siempre sale mal, un tour perdido, un vuelo retrasado, una maleta extraviada, una enfermedad; pero en este viaje, nada de eso se hizo presente, antes bien, cuando nos perdíamos recorriendo alguna ciudad, el Señor nos sorprendía descubriendo alguna cosa que no estaba en el plan, como la cruz donde se apareció Jesús a Santa Brígida o la Iglesia donde yacían las reliquias de Santo Domingo de Guzmán, el fundador de los Dominicos y quien recibió el Santo Rosario de manos de María. La cereza en el pastel fue haber conocido en persona, cara a cara para poder abrazarle y cruzar algunas palabras con él, al Santo Papa en Roma. Fue una bendición que nosotros mismos no creíamos.
Para cuando regresamos a Santo Domingo, ya iba muy adelantado en la consagración en línea con Lazos de Amor Mariano. Estaba extasiado con la profundidad de cada una de las lecciones y de lo poco que me conocía a mi mismo y al mundo (en términos de pecado). Es una consagración larga, de 33 charlas que se hacen a lo largo de 9 meses. La promesa es que, al igual que un embarazo, tras ese tiempo íbamos a nacer de nuevo para Jesús. Yo fui bastante prematuro, porque a los tres meses ya veía cambios importantes en mi. Esta consagración se basa en el método de un santo hombre: San Luis María Grignion de Monfort y se divide en cuatro partes: conocimiento del mundo, conocimiento de sí mismo, conocimiento de María y conocimiento de Jesucristo. Como lo dije antes, hacer esta consagración me llevó a redescubrir mi fe y fue el punto de quiebre de un antes y un después en mi vida espiritual y personal.
Yo solo traía una preocupación en mente: ¿cómo iba a ser el acto de consagración? pues las lecciones las tomé en línea y la consagración debía hacerse en una celebración especial, para lo que debía contactar a un sacerdote. La verdad no sabía mucho del asunto. Pero hasta eso ya lo tenía resuelto nuestra Señora. Mi etapa final de las lecciones coincidieron con el proceso de consagración de los Heraldos del Evangelio, otro movimiento religioso con una espiritualidad muy mariana y que hacen la misma consagración de Monfort, pero en menos tiempo. Tuve entonces la oportunidad de reforzar mi preparación con los Heraldos y asistir al solemne acto de consagración el día 8 de septiembre de 2016, día que la Iglesia Católica celebra como la natividad de la Santísima Virgen. ¡Qué privilegio!
La consagración a la Virgen tiene varias promesas, pero la más importante, es que nuestra Santísima Madre nos lleva directo a su hijo Jesús. Y recuerden lo que Él dijo: "Nadie va al Padre sino por mí." (Mt 14,6b). Tener un camino directo a Jesús es tener un puente que nos lleva directo al Padre. Sí que lo viví, me enamoré de Jesús, me consagré a su Sagrado Corazón, le visito con frecuencia en el Santísimo y amo con locura la Eucaristía, a la que trato de no faltar ningún día.
Amar a Jesús es también emprender un camino de conocimiento y crecimiento espiritual, en el que tendremos la oportunidad de vivir muchas experiencias, la principal de ellas es sentirle presente y ser conscientes de cómo su mano nos va guiando hacia las cosas que debemos ir aprendiendo o conociendo. Ya no me sorprendo con las supuestas coincidencias. ¡Todo es obra de Él!
Ya dejé de preocuparme por responder si Él existe, ahora lo siento en cada momento de mi vida y el se encarga de recordármelo cada vez que se me olvida. Como aquella vez que en medio de una crisis de fe (noche oscura del camino espiritual) le cuestioné frente al Santísimo el por qué no le sentía más en mi corazón y su respuesta fue un río de lágrimas de profunda emoción al ver la consagración en la misa de aquel día. También me ha regalado el poder descansar en su Espíritu e incluso experiencias no tan agradables, como ver personas poseídas. Pero quizás de las cosas más bellas que he descubierto es saber que, a pesar de haber sido un hijo del mundo y sus pecados, no le pertenecía al mundo, le pertenecía a María, pues con aquella inocente oración que cité al principio estaba consagrándome desde niño a ella: "¡Oh Señora mía, oh Madre mía!, yo me entrego del todo a Ti..."
No era propiedad del mundo, era propiedad de María, y ella, la más humilde, la llena de gracia, ¡me entregó de vuelta a su hijo Jesucristo!
¡Dios les bendiga!
Reflexión final:
Espero que este testimonio que he contado sirva en alguna medida a cada uno de ustedes. En particular, pienso que hoy la mayoría de los que nos decimos cristianos y no practicamos nuestra fe es por desconocimiento, el cual lleva inevitablemente, a la incredulidad. No se ama lo que no se conoce. Resolver este asunto puede ser tan sencillo como leer el Evangelio o asistir a una catequesis, en todo caso, debe nacer de un acto de voluntad, no de la imposición. Es por ello que los que creemos, estamos llamados a contar esta buena nueva a todas las naciones y decirles: Jesús no es un cuento, es real, dense la oportunidad de conocerle. Cada quien que escuche.
Darse la oportunidad de conocerle puede tardar un día o toda la vida, depende de cada persona. Yo he tenido un proceso que me ha parecido largo, de más de dos años, pues considero que perdí mucho tiempo al insistir en mi incredulidad. Pero la verdad, es que no es en nuestro tiempo, es en el tiempo del Señor en el que se hacen las cosas.
¡Paz y bien!
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