Por muchos años le hice el quite a esta cuestión de los “blogs”, pero bueno, tal como ha pasado muchas otras veces, ya soy parte de la moda.
Por estos días, en los que el estrés amenaza con mandarme de hospital, decidí ir a la Iglesia (después de muchos meses), a ver si encontraba algo de paz interior (y de paso encontrarme conmigo mismo, pues ando perdido hace rato). De niño iba a la Iglesia sólo a hacer acto de presencia, pues todo lo que decía el señor de sotana me entraba por un oído y me salía por el otro, entenderán ustedes que eso de ir a misa en ese entonces era más por presión que por convicción, pues si no iba no me aguantaba la cantaleta de mi mamá y no recibía los 20 pesos de “mesada” de mi papá.
El caso es que ahora si trato de ir por convicción y no por obligación (quizás por eso no volví, jejeje). Y el pasado domingo fui plenamente convencido de que necesitaba un reencuentro con el viejo Chucho. Llegué 10 minutos antes a “misa de siete” (ya había perdido familiaridad con el término: misa de ..). Y la gente no pierde la costumbre de llegar temprano a misa porque no encontré ni una sola silla disponible, y yo que soy bien malito para aguantar rato parado, perdón, de pie (no se vaya a confundir con otra cosa). Los primeros minutos de la eucaristía fueron soportables, trataba de prestar mucha atención a todo lo dicho, pero de repente, ese suiche de desconexión que se activa en mi cada que estoy aburrido se encendió y comencé a imaginarme toda un cuento, me monté toda una película que incluso daría para competirle al afamado libro del señor J.J Benitez.
El asunto es que comencé a imaginarme una sociedad en el futuro, di tu un 2509 (con imágenes de futuro en mi cabeza). Resultó que no era una sociedad tan civilizada sino más bien caótica en la que cada quien hacía lo que quería. Luego una escena apareció en mi mente: un grupo de sabios debatía que hacer respecto a la catastrófica situación y concluyeron que el hombre, desde su existencia, ha luchado por vencer su naturaleza violenta. Hasta entonces, ello sólo se había logrado con leyes que restringían las acciones, sin embargo, era evidente, que esa estrategia no había funcionado. Decidieron entonces pensar en restringir a cada individuo, no con leyes y normas, sino actuando en la moralidad de cada ser, que cada quien tuviera en su mente la restricción sobre lo que podía o no hacer. Y adivinen que pensaron…. crearon la religión, pero como ya llevaban miles de años en la anarquía moral, decidieron buscar un espacio en el tiempo pasado para enviar un hombre que sembrara la semilla religiosa. Crearon una máquina para viajar al pasado, entrenaron a un hombre para que fuera el instrumento, le dieron las herramientas tecnológicas suficientes para descrestar y taraaaaaaaaaannnnnnnnnnn. Fue tan exitosa la experiencia que luego enviaron a Jesús, a Mahoma, a Buda y a otros tantos que no me acuerdo. Las historias quedaron consignadas en muchos libros, y una de los mayores retos fue cuando les tocó separar un mar en dos para que pasara un pueblo judío, en esa oportunidad les tóco romper el campo gravitacional para lograr que el agua se levantara, pero vaya que lo lograron!!!.
Cuando desperté de mi historia ya la gente estaba comulgando, y yo, sin convicción, tuve que regresar a casa con la moral perdida por no haber “escuchado la misa”.