viernes, 8 de junio de 2018

Suicidio: muerte del alma.

Hoy el mundo se ha despertado con una noticia triste, el reconocido chef Anthony Bourdain al parecer se ha suicidado y de esta manera se une a una larga lista de personalidades que han tomado esa penosa decisión. Inevitablemente nos debemos plantear la pregunta: ¿Qué lleva al suicidio a una persona que aparentemente tiene todo para ser feliz? No pretendo responder, pues escapa a mi corta comprensión de la naturaleza humana, pero si encuentro sentido a algunos argumentos que desde la religión se proponen.

Esta generación se ha visto marcada por un incremento notable en la tasa de suicidios y coincide con una época de la humanidad en la que se está relativizando todo y se está excluyendo a Dios de nuestras vidas. Si algo he entendido en este corto camino de experiencia cristiana, es que somos seres espirituales y necesitamos el abrigo de Dios para caminar en este difícil mundo lleno de peligros para el alma. Dios no quiere el mal para ninguno de nosotros, pero como hijos traviesos escapamos a su protección y Él, aunque puede, no nos corta las alas para hacer lo que queramos.

Todos hemos escuchado que la familia es el núcleo de la sociedad, y es allí donde, me temo, se está gestando la muerte de muchas almas. Todo parece un círculo vicioso que, a mi modo de ver, comenzó con la inclusión de la mujer al mercado laboral. Esto ha ocasionado que muchos hijos se hayan criado prácticamente sin padres, al cuidado de una nana o incluso solos. Esos hijos, sin una debida formación de hogar, crecen flojos en valores y terminan cayendo en los vicios más comunes de esta sociedad: masturbación, drogas, promiscuidad sexual, pornografía y un largo etcétera. Hay muchas otras cosas en las que solemos caer, pero he resaltado los pecados de carácter sexual porque alimentan muy especialmente ese circulo vicioso que mencionaba antes.

Una sociedad entregada a los placeres sexuales sin control, es una sociedad que ha perdido el objetivo principal del sexo en el plan divino que es la reproducción. A los varones, esta sociedad los presiona a exponerse desde muy jóvenes a una cantidad de medios erotizados, motivando la percepción de la mujer como un simple artículo de placer. Un placer que es exacerbado por la pornografía y que les plantea imaginarios cada vez más difíciles de alcanzar y les lleva a terribles aberraciones. Esto suscita, en el mejor de los casos, que los hombres no quieran casarse, que se planteen el reto de acostarse con el mayor número posible de mujeres y no dar cabida al verdadero amor. Entonces vienen las violaciones, la pedofilia, los abortos y los asesinatos de mujeres. Se presiona entonces a la mujer que ha quedado embarazada sin desearlo, a que aborte para que pueda seguir siendo un objeto. Y si decide no abortar, tiene que criar sola a su hijo, trabajando diariamente para poder mantenerlo y negando a ese niño el derecho a crecer en un hogar constituido por padre y madre, del que muy seguramente, crecerá flojo en valores. Y la historia se repite.

Por si fuera poco, a todo este círculo de destrucción de la familia se le ha sazonado con la ideología de género fomentando construcción de nuevos modelos de familia que son incompatibles (en la mayoría de los casos) con la procreación.

Medios erotizados, pornografía, cosificación de la mujer, ideología de género se unen a la presión de ser reconocidos como personas exitosas, capaces de comprar el último modelo de iphone, subir a instagram la foto del último viaje a Europa, lucir los mejores cuerpos en el gimnasio y montar en el carro del año. ¿Y tu alma? quizás sea hora de pensar que somos más que estuche y que ese vacío que tenemos dentro, a pesar de tenerlo todo, se debe a que no lo hemos llenado con lo único que puede hacerlo: EL AMOR DE DIOS.


¡Dios les bendiga!

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